febrero 01, 2004

Mejor show contra los charlatanes

Quienes critican a los charlatanes pueden convertirse en pesados capaces de soltar rollos larguísimos acerca de temas como por qué las constelaciones no pueden, en modo alguno, determinar si alguien va a enamorar a una mujer rubia de cabello largo o si es el mejor momento para que otra persona cambie de empleo, en los términos de la física y la astronomía.

Igualmente, algunos pueden analizar con toda serenidad y seriedad por qué todas y cada una de las disciplinas adivinatorias carece de bases, desde la lectura de la mano hasta la de la borra del café, por no mencionar el tarot o la visión del aura.

Todo eso está muy bien, pero el público de una emisión de TV o radio generalmente no se ocupa de entender tales rollos, por exactos y comprobables que sean, porque los escépticos aburridillos no tienen el glamour, la capacidad de show, la emoción mediática de los charlatanazos más connotados.

De hecho, para desmontar las estupideces que venden los videntes de este mundo no hace falta tomarse en serio sus supuestas disciplinas y desmontarlas con ayuda de la ciencia. Y no hace falta porque ellos tampoco se las toman en serio.

¿Cómo se demuestra que ni ellos mismos creen en sus "poderes"?

Todavía no he conocido un profeta que no vaya con un asesor de bolsa para que le ayude a invertir sus malhabidas ganancias.

Todavía no he conocido a un vidente al que no pueda sorprender, demostrando así que su conocimiento del futuro es totalmente inexistente.

Todavía no he conocido a un síquico o místico que no pregunte "¿Quién es?" cuando llaman a la puerta. Uno pensaría que lo menos que se le puede pedir a un vidente es que sepa quién carajos llama a la puerta.

Tales hechos deberían bastar para desenmascarar a estos tipos. No es tan necesario atacarlos en sus ofensas groseras a los principios de la ciencia como hacer evidente que, con que uno se fije un poco, atentan de manera verdaderamente atroz contra el sentido común más elemental.

Los estudios científicos son importantes, pero los charlatanes ni los leen (ni los entenderían) ni mantienen su debate en el mundo de la precisión científica.

Lo suyo son los medios, mismos que usan para publicitarse y atraer nuevas presas a su red. Por ello, hace falta un escepticismo capaz de hacer espectáculo.

Los charlatanes más experimentados tienen bastante dominado el arte de debatir con un escéptico nerd (o empollón, que dirían en España).

Lo que no tienen modo de manejar es a gente mediática capaz de detectar y exhibir su ridículo más obvio, sus contradicciones más patentes, sus mentiras más destacadas, su desvergüenza más descarnada.

La única vez que un adivinador estuvo a punto de lanzarse a golpearme fue durante un programa realizado a principios de algún año, en el que un selecto rosario de cínicos iba a presentar ante el asombro del público mexicano las joyas de sus predicciones para ese año.

Quien esto escribe, junto con sus colegas, llevó al programa de televisión no refutaciones sesudas sobre los fallos metodológicos detrás de las papasadas que previsiblemente iban a difundir estos simuladores, sino la lista de sus predicciones del año pasado.

Conforme cada uno de ellos se dirigía al público para soltar sus predicciones, nosotros mostrábamos las más gloriosas tonterías que había dicho un año atrás y exhibíamos cómo la realidad lo había contradicho de manera contundente e irrefutable.

Un simulador que obtenía sus supuestas predicciones hipnotizando a su esposa, amante o algo así, perdió los estribos, se puso de pie mirándome con odio sincero y dio un paso antes de que su poco avispado cerebro registrara que estaba a punto de cometer una agresión en televisión a nivel nacional.

Es decir, el ridículo funcionaba mucho mejor que el intento de acudir a la historia de la astrología o a la explicación sobre la hipnosis. Después de todo, estos vivales suelen despreciar públicamente la ciencia (aunque luego, para vender sus mercancías, no duden en asegurar que los avala tal o cual estudio científico).

Uno de los secretos de James Randi que lo han hecho quizá el más famoso desenmascarador de charlatanes es que él es, primero que nada, un exitoso mago de escenario. No sólo comprende a los charlatanes y la mecánica de su engaño, sino que comprende y maneja también los resortes que mueven al público.

Vamos, pues: la mayoría de las propuestas de estos personajes atentan contra la más elemental inteligencia, son estúpidas y bastan, por sí mismas, para exhibirlos en todo su esplendor.

Pero... ¿para qué exhibirlos?

No para convencerlos de que dejen de ser parásitos que se aprovechan de la ingenuidad de sus congéneres, que eso sería como pedirle a Al Capone que dejara de vender whisky.

No para convencer a sus seguidores, ya que éstos son fanáticos tan inamovibles como cualquier fundamentalista religioso.

No para obtener un triunfo intelectual ante estos ejemplares, cosa que tiene tanta gloria como ganarle una partida de Trivial Pursuit a un orangután.

Esto es lo que muchas veces olvidan los escépticos y críticos que se presentan en los medios para debatir con brujitos y brujitas surtidos: qué objetivo se persigue al confrontarlos y exhibir sus vergüenzas.

La crítica a las groseras propuestas de lo paranormal se hace, se debe hacer, por un motivo fundamental: sembrar la semilla de la duda entre el público que aún no se le ha entregado totalmente a la superstición.

Para hacerlo en los medios, es necesario hacerlo con un sentido del espectáculo que se equipare al menos dignamente con los shows que tiene montados esta tribu, hacerlo en el terreno mediático y usar las armas mejores para conseguir ese objetivo. Lo demás es ejercicio académico que no tiene lugar en los medios.

La semilla de la duda es el mejor antídoto contra el charlatán. Una persona que sabe hacer preguntas incómodas como "¿Y usted cómo lo sabe?" o "¿Puede demostrarlo?" tiene muchísimas menos posibilidades de encontrarse un día ante el consultorio de un estafador de éstos, aceptando sin ninguna visión del absurdo el que la "mente sensible e iluminada" que está al otro lado de la puerta, preparada para separar al incauto de su dinero, le pregunte "¿Quién es?"